Hacerle sitio
Una de las escenas más tiernas del Evangelio, es la de María embarazada, montada en un burrito, y a su lado José, en silencio, golpeando las puertas del pueblito de Belén buscando un sitio digno para que nazca el Niño. Tierna y dramática. Dios, hecho carne, buscando sitio entre los hombres. Y no lo encuentra. Pensar que un niño, ocupa tan poquito lugar, y para él no lo hubo…
Nos hace bien no soltar la escena, y como propone San Ignacio, imaginarla, seguirla con los ojos interiores, ver lo que hacen, escuchar lo que hablan, pero no como quien ve una película, si no que yo también me meto, participo, protagonizo.
Soy un servidor de José y María, estoy entre los que sienten el golpe de José en la puerta, entre los que ni siquiera le abren, para no meterse en problemas, no hacen ruido para que crean que no hay nadie, o entre los que salieron y le dieron una perorata muy educada y sensata: la próxima pasen, si pueden avisen antes.
Esto que imaginamos también se repite, espiritualmente hoy, en esta Navidad, en mi propio corazón.
Adviento es este tiempo en que Dios anda pasando, buscando sitio dónde nacer, para manifestarse, y esta vez, así como entonces lo buscaba en las posadas y en las casas de Belén, lo anda buscando en mi propio corazón.
¿Por qué nos resistimos?
El “hacerle sitio” al Niño, significa que tengo que disponer la “casa”, y tirar todo el cachivacherío de mi orgullo, mi soberbia, mi sensualidad, mi pereza, mi angustia por la falta de ella, mis frivolidades, mis ansiedades y urgencias, que han conseguido que haga ya mucho tiempo que no recemos como debemos, o simplemente no recemos.
Cuesta porque el que viene es el Rey de la Paz, y yo vivo a la defensiva y guerreando con todos los que se me cruzan y conmigo mismo. Es la Luz, y yo ya me he acostumbrado a caminar en tinieblas. Es la ternura hecha carne, y yo tengo la casa copada de amargura y dureza.
Viene a devolvernos, con su mirada, ese brillo en los ojos que el tiempo opacó, o que nos hemos dejado robar. Viene, con sus manitas, a poner calor en las zonas del alma que se nos han entumecido de frío y que necesitan ser abrazadas. Viene a arrancar las muecas de tristeza o dureza que tramposamente hemos dejado instalarse en nuestro rostro. Viene a abrir espacios empecinadamente cerrados por nosotros a tantos hermanos nuestros a los que seguimos diciendo: “Sigan adelante, no hay sitio en esta posada”, para quedarnos encasillados y estancados en la ciudadela de nuestras mezquinas inseguridades. Viene. Está viniendo. Eso significa adviento.
“Estoy a la puerta y llamo –dice el Apocalipsis-. Si me abres, entraré en tu casa y cenaremos juntos”
¿Qué vamos a hacer?
Padre Ángel Rossi s.j.
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